Como la rosa: nunca...
Como la rosa: nunca
te empañe un pensamiento.
No es para ti la vida
que te nace de dentro.
Hermosura que tenga
su ayer en su momento.
Que en sólo tu apariencia
se guarde tu secreto.
Pasados no te brinden
su inquietante misterio.
Recuerdos no te nublen
el cristal de tus sueños.
Cómo puede ser bella
flor que tiene recuerdos.
Este poema pertenece al libro Con las piedras, con el viento, 1950, en el que se cuenta la trayectoria de un amor desde la perspectiva cambiante del amante. El fracaso de este amor se produce porque el amante no puede liberarse de la prisión del pasado, aunque en este caso no es el suyo propio el que le atormente, sino el de la amada.
Desde el ausoniano collige, virgo, rosas, la rosa nos ha acompañado a lo largo de la historia de la literatura como símbolo del amor o de los placeres. Y así tenemos el Roman de la Rose; la rosa fresca del romancero; el En tanto que de rosa y azucena, de Garcilaso; la rosa amable, de Ronsard; la rosa lozana, de Quevedo; la rosa perfecta, de Goethe; la rosa junto al volcán, de Bécquer; la rosa juanramoniana, símbolo de perfección; la rosa pura, de Pedro Salinas; El sol, la rosa y el niño, de Miguel Hernández; las rosas arrancadas, de Luis Alberto de Cuenca...
Sin embargo, creo que esta rosa de José Hierro nada tiene que ver con las mencionadas, sino con la rosa rilkeana, ya que lo que el poeta desea es que su amada hubiera vivido en un estado de alcanzada plenitud ajeno a todo cuidado (Otto F. Bollnow, p. 454, al hablar del simbolismo de la rosa en Rilke), porque pensamientos y recuerdos son fuentes de dolor, como se dice enDesaliento, poema también de Con las piedras, con el viento:
«No quiero que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello
puedo pensar. Pasarán
los días, las noches. Tiempos
vendrán sin nosotros. Soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que pienses».)
Yo seguiré pensando en ello.
Quisiera hablarte de hermosas
fábulas, de pensamientos
luminosos, de jornadas
soñadas, de flores, vientos,
caricias, ternuras, gracias,
secretos;
pero en la boca me nacen
palabras de fuego.
Como llamas silenciosas
me abrasan por dentro.
Debiera decirte «amor»,
«fantasía», «sueño».
Yo sólo pregunto cómo
fue posible aquello.
Seguiría, paso a paso,
la huella de tu andar. Dentro
de tu vida escondería
la vida que muero.
«No quiero que pienses». Yo
digo que no pienso en ello.
(Cómo podría olvidarlo
sin haberme muerto.)
Bibliografía:
Bollnow, Otto Friedrich. Rike. Madrid, Taurus, 1963.
Cavallo, Susana. La poética de José Hierro. Madrid, Taurus, 1987.
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